Perspectivas al teatro


En el marco del V Encuentro Nacional de Creadores de Arte, realizado por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, docentes de la licenciatura de Teatro de la Escuela Popular de Bellas Artes dialogaron públicamente con sus alumnos a partir de una serie de conferencias, de las que aquí se recupera una primera sesión, celebrada la semana pasada en el auditorio José Rubén Romero.

Ivette Sandoval: una ética
para el quehacer del teatro

La primera jornada de ponencias abrió con la participación de la profesora Ivette Sandoval, de la licenciatura de teatro de la EPBA. Su participación, titulada El ABC del antes y el después de subir al escenario, indagó sobre la necesidad de un código de ética para los teatristas antes, durante y después de los ensayos y presentaciones.
Ya al final de la ponencia, durante la breve sesión de preguntas y respuestas con los alumnos de la EPBA en el auditorio, Sandoval reconocería sucintamente: “Ante todo lo que recientemente se ha ventilado en la licenciatura de Teatro de la EPBA, valdría la pena (considerar la pertinencia de un código de ética)”. Sin embargo, poco más adelante matizaría para señalar: “Tendría que pasar algo muy grave para implementar un código así (en la escuela)”.
Durante la ponencia expresó que no estaría de más tomar el ejemplo del teatro oriental, en el que se asumen con mucha seriedad temas relativos a la ética, la disciplina y la responsabilidad.
A modo de ejemplo, compartió los contenidos del Código de actores de Puerto Rico, un país que a pesar de sus pequeñas dimensiones y de no poseer una significativa tradición teatral ha elaborado un documento al que deben ceñirse todos los actores profesionales y que se divide en seis apartados, de los cuales describi´ño sus principales artículos.
Hablaría así de los lineamientos de conducta del actor, entre los cuales se estipulan los siguientes puntos:
Todo actor profesional acude a ensayos. No va ebrio o bajo el influjo de cualquier sustancia que altere su psiquismo. No lleva invitados al ensayo, salvo previa consulta. Muestra una disciplina actoral total. Acude a todo tipo de ensayo pautado con sus contratantes.
Acerca del canon del actor, impone las siguientes condiciones: Debe memorizar sus diálogos. Tiene derecho a comentar su visión artística, pero es el director quien tiene la última palabra. No debe modificar trazos, vestuario y acotaciones de su director. No debe abandonar su espacio durante la función. Está obligado a saludar al público al final de la función.
Del canon interpersonal describió los siguientes puntos: Si existen relaciones personales entre dos integrantes de la compañía, deben abstenerse de discutir en público sus asuntos privados. El hostigamiento sexual es denunciado y castigado de acuerdo a la ley. La relación debe ser sana entre todo actor colegiado. Ningún actor obstaculizará de modo alguno la labor de un colega. Durante los ensayos y las funciones, ningún actor le dará a otro indicaciones. Las indicaciones que se le formulan a un actor no son de ninguna manera una ofensa personal ni deben ser tomadas como tales.
Tras el recuento de artículos, de los cuales aquí solamente se citan algunos de los sustantivos, la ponente coincidió en que una regulación ética del quehacer teatral suena más que nada a la utopía de un director. Sin embargo, añadió, muchos de estos cánones se siguen intuitivamente.
Invitaría, en tal sentido, a que los jóvenes estudiantes de teatro se plantearan la pertinencia de una regulación así, pero acorde a las condiciones locales de una ciudad media, como Morelia.

Aída Andrade: el plagio y
la honestidad indispensable

En su ponencia El Rey Tonto o el plagio silencioso del gato que copiaba garabatos, la dramaturga Aída Andrade abordó uno de los problemas menos explorados de manera pública en el país, por lo menos en el ámbito del teatro: el del plagio y sus variantes, entre ellas esa forma de hurto a la que se denomina “adaptación”, aunque no se trate sino de textos a los que únicamente se les cambia el título, los nombres de los personajes y lugares, así como unas cuantas palabras más.
La autora, que se ha incorporado a la planta docente de la Escuela Popular de Bellas Artes de Morelia procedente de la ciudad de Puebla, comenzó recordando que “el derecho a tener derechos” es un tema que ha generado largas polémicas.
Indicó que el problema tiene un campo de cultivo particularmente fértil en el ámbito de los grupos más o menos subterráneos que subsisten de ofertar funciones de teatro en escuelas, montando obras por las cuales jamás pagan derechos al autor. Sin embargo, ese es apenas un nicho y la actividad del plagio se ha extendido rápidamente.
Tomó como ejemplo el caso del musical infantil El mundo de Humberto, el elefante, que hace unos cinco años se presentó en el DF y que en realidad era un plagio realizado por el coreógrafo Óscar Carapia de una obra de Broadway, Seussical, a la que solamente se le cambiaron el título y algunos nombres para ser presentada, fraudulentamente, como obra original.
“Lo peor es que el plagio no se limitó al texto –agregó–, sino que se extendió a la puesta en escena en sí. Y todo esto pudieron hacerlo porque contaban con el Derecho de adaptación, pero con la obra registrada bajo otro nombre”. Vale puntualizar, al respecto, que Seussical es el texto en el que se inspira una versión cinematográfica con el mismo paquidermo del musical. El filme fue lanzado el año pasado como Horton y el mundo de los Quién.
Fue en este punto donde Andrade recalcó el hecho de que, en México, a menudo se denomina “adaptación” a cualquier texto que copia un original y al que solamente le cambia algunos nombres.
“Pero a lo largo de nuestra historia se ha ido tejiendo una extensa nómina de acusaciones”.
Ante ellas, el peor enemigo es la ignorancia acerca de los derechos que cada autor posee y la indiferencia ante la existencia de instrumentos jurídicos para hacer valer (así sea nominalmente) tales derechos.
La autora señaló que la propiedad intelectual es una rama poco conocida, incluso por los más implicados. “En realidad –sostuvo–, lo deseable sería que incluso cada actor registrara nombre artístico, si lo tiene. Aún cada compañía debería registrar sus puestas en escena”.
Reconocería más tarde, sin embargo, que las instituciones de registro de derechos de autor y de defensa de los mismos en México son insuficientes ante la magnitud del problema y que su eficacia se ve disminuida por las pugnas o filosofías grupales que las caracterizan.
Consideraría más adelante el aspecto ético de la cuestión, toda vez que el jurídico está sujeto a los caprichos, pugnas e influencias propias del medio nacional. En este tenor adujo que el del plagio “es un problema de honestidad hacia nuestra obra en sí” y concluiría con una cita de Ibsen, extraída de su Peer Gynt: “Si conquistas al mundo entero pero te pierdes a tí mismo, no eres más que una corona sobre un cráneo”.

Sergio J. Monreal: la legitimidad
de la obra de arte y el espejo doble

El dramaturgo, novelista, actor, poeta y columnista Sergio Julián Monreal concluiría la sesión abordando el tema El teatro y el espacio público en el Siglo XXI, partiendo del hecho de que existe una dualidad históricamente conflictiva: la del arte y la legitimidad.
“Es decir: el arte debe ganar legitimidad, pero ¿de cara a sí mismo o de cara al mundo? En realidad la obra la gana de cara a un espejo doble”.
El autor comenzó revisando la parte que se ocupa de la obra para sí misma; del autor ante ella.
En este sentido, Monreal se preguntaría por qué es tan difícil en el ámbito teatral ponerse de acuerdo acerca de parámetros de validez que en otras artes, como la literatura, son claros y permiten determinar la eficacia con la que un autor maneja el oficio. Consideró:
“Ver los parámetros de validez es esencial, pero en teatro nos cuesta mucho. Un pendiente entre los teatristas de esta ciudad, y de Michoacán en general, es estar en sintonía plena con lo más reciente de la disciplina; eso contribuiría a despejar todas esas retóricas justificatorias que entorpecen nuestra visión del oficio”.
Cuestionaría, desde otro ángulo, el entusiasmo con que se atiende a modas (tanto teóricas como prácticas y de estilo) que no hacen sino nublar el sentido de la experiencia teatral en sí, ya que se acude a ellas sin que antes se haya consolidado la experiencia de sentar con firmeza las bases de un conocimiento teatral indispensable.
Aludiría a la manera en que se asume lo posmoderno, señalando algunas contradicciones en las que incurren sus seguidores. Una de ellas es la manera en la cual ciertos alumnos y profesores desprecian a priori los cánones académicos “porque ya están caducos”, porque “no son nuevos” o porque “no están a la moda”.
Exhibiría el disparate detrás de esas posiciones al aducir: “Finalmente, ¿qué significa ser ‘posmoderno’? Significa ser capaz de dialogar y de ser interlocutores de todas las épocas, de todas las tendencias, de todos los estilos. Eso es lo que significa la posmodernidad. Pero muchos de los que se dicen posmodernos son los mismos que están pidiendo solamente ‘lo nuevo’ y creen que ganan su legitimidad en cuanto se montan en una moda o logran una obra que toca, pero sólo superficialmente, al espectador”.
“No es que el ‘arte antiguo’ esté superado y sea obsoleto –agregaría–. Hay una tremenda cantidad de ruido en torno al tema de la legitimidad; lo cierto es que toda actividad exige un oficio y en el caso del teatro aún hay dirección, actuación y dramaturgia. Y evaluar la eficacia con que una obra se construye a partir de esos elementos no es obsoleto ni tiene que ver con opiniones personales, cuestiones de gusto particular o de juicios subjetivos. Al contrario, son valoraciones de las que no nos podemos desprender”, a menos que optemos por una actitud acrítica y complaciente.
Tomaría como ejemplo lo que sucede en estos momentos con la música contemporánea. “Es un problema gravísimo. Los jóvenes autores se internan cada vez más en un cultismo que se vuelve, a su vez, más elitista, al punto que sus composiciones se vuelven ininteligibles para el público. No dicen nada. Cuando se les hace notar esto, ellos se defienden argumentando: ‘es que al público le falta leer más’. La soberbia les impide advertir que, para comprender a un compositor tan exigente como Bach, por ejemplo, jamás nadie necesitó ‘leer más’. El caso es que artistas como estos compositores de música contemporánea están cumpliendo, fatalmente, aquello contra lo que advertía el poeta nicaragüense Antonio Porchía: No depures tanto, porque en una de esas no queda nada. Hay que tener cuidado con la persecución de lo exquisito”.
Todo esto tiene que ver con el tema del arte y su validez ante un doble espejo. El autor señalaría:
“Por el hecho de compartir una cultura occidental, somos herederos de los griegos. Y ellos nos ofrecieron una dualidad: el individuo y la colectividad. La verdad es que esos dos términos no están en conflicto. Una sociedad sólo es concebible si existen individualidades capaces de reunirse para darle sentido. Y a su vez, cada individualidad sólo es posible si hay una colectividad que la abraza y le da sentido como una integrante única”.
Concluiría: “El arte para sí, si se asume responsablemente, es un arte que por ese sólo hecho le sirve a la sociedad. Yo no puedo pensar en un caso mejor que el del cineasta ruso Andrei Tarkovski. Fue el más social de los cineastas… pero de la manera correcta. Asumió el compromiso con su disciplina sin corsés de ningún tipo y de esa manera la obra adquirió un lugar en la comunidad humana”.
“Debemos comprender que la obra es relevante cuando se comparte, porque sale al espacio de los demás seres humanos. En este sentido, nunca existió la paradoja entre el arte para sí o el arte para el mundo. El dramaturgo holandés Samuel Beckett es otro ejemplo: su obra está de cara al mundo, pero sólo porque también está de cara a sí misma”.
Durante su ponencia, el autor también llamaría la atención contra la enorme cantidad de artistas que, en realidad, no generan obra, un poco como si pretendieran hacer de su condición de artistas una suerte de título nobiliario. Le recordaría al auditorio estudiantil que, como artistas, “estamos aquí para construir sentido. El del arte es el camino de una conciencia lúcida a partir de la acción soberana. Sólo así podemos pasar de un lado al otro del espejo. Y en ese espejo debemos ser capaces de mirarnos a los ojos y decir: ‘soy un hombre justo’. Ese es el reto que tenemos cada uno de nosotros ante la historia que hemos construido”.